Hasta hace pocos años ajenos para la mayoría del sector agroalimentario, hoy conceptos como “Big Data” “Internet of Things” y “Smart Farming” se asocian inevitablemente al futuro de la cadena agroalimentaria en sus diferentes etapas, producción, transformación y distribución.
En la producción se espera que el consumo de datos se regularice en el futuro como un “input” más, al nivel de los productos de sanidad vegetal o animal, los fertilizantes, semillas, piensos, etc. Estamos en transición desde una agricultura basada en decisiones sustentadas en la experiencia del agricultor y el conocimiento del territorio, hacia una complementada con una evaluación sistemática de información masiva recogida en la explotación o fuera a través de sensórica, satélites, drones, etc. Es la evolución hacia el Smart Farming o Agro-Inteligencia
En la transformación, la industria agroalimentaria deberá ser más modular y flexible, capaz de satisfacer necesidades inmediatas de nuevos clientes a través de nuevos productos hechos a medida y en la cantidad necesaria. El antiguo concepto de cadena de producción, salta por los aires definitivamente con la nueva industria 4.0, impulsado en Europa por Alemania. El manejo de estos nuevos ecosistemas agroindustriales sólo será posible nuevamente con el uso automático, masivo y sabio de información.
La distribución y su relación con el consumidor también sin duda se verán motivadas a adaptarse a la irrupción de nuevos modelos de negocio apoyados en la tecnología, como el ejemplificado por Amazon recientemente con su entrada en España en la comercialización de producto fresco. En todo caso la trazabilidad derivará en una transparencia total, en busca de la confianza y fidelidad del consumidor. Tecnologías como la realidad aumentada facilitarán al consumidor la comprensión de los datos desde el consumo hasta el agricultor y ganadero.
Y volvemos por tanto al agricultor y ganadero y a las preguntas que surgen en esta parte de la cadena agroalimentaria. Básicamente se pueden resumir en un par de cuestiones, relacionadas entre ellas. ¿Se beneficiarán los 10 millones de agricultores y ganaderos europeos de la irrupción de estas técnicas? ¿Si no está claro este beneficio, hasta que punto debe permitir el sector el uso de datos propios, que son la base sobre la que se sustenta toda la revolución que nos ocupa?
“Las cooperativas tienen una especial responsabilidad en asegurar que los agricultores, y no solo las grandes compañías, cosecharán los beneficios de la agregación de los datos recogidos a nivel de explotación.”
La primera pregunta no es baladí, anteriores tecnologías han tenido dificultades en las últimas décadas en Europa por diversos factores, principalmente la dimensión de las explotaciones o la escasa rentabilidad ante inversiones costosas relacionadas. Un ejemplo evidente ha sido la agricultura extensiva de precisión. Sin embargo la explosión tecnológica de los últimos tiempos y la irrupción del “internet de las cosas”, supondrá la integración en sistemas interconectados de sensores y analizadores, smartphones, drones, información satélite a precios asequibles. Esto parece dispuesto a cambiarlo todo.
Según un informe de impacto realizado por el prestigioso centro de análisis agroeconómicos del grupo Rabobank, el adoptar prácticas agrícolas intensivas en el manejo de datos reportaría más de 10.000 millones de dólares USA en valor de la producción adicional obtenida. Esta cifra está basada en la hipótesis de incremento de un 5% del 80% de las superficies mundiales de los 7 principales cultivos (maíz, soja, trigo, algodón, colza, cebada y girasol).
Además de los económicos directos, otros beneficios laterales pueden ser igualmente valiosos. La introducción de la robótica puede hacer las tareas de los productores más amables y sencillas, como viene ocurriendo en la ganadería desde hace tiempo. La capacidad de conexión directa agricultor-consumidor a través de la trazabilidad y transparencia de la información es otra de las ambiciones del sector, siempre preocupado en que la sociedad sea consciente de las dificultades que afronta y de la necesaria alianza campo-ciudad.
¿Cómo comenzar este camino entonces? y hacerlo sin que el agricultor tenga la sensación de que son otros los que primero se aprovechan de sus datos. No olvidemos que algunas de las principales compañías proveedoras, y alimentarias, Monsanto, John Deere, Pepsico, tienen en sus planes estratégicos el desarrollo del BIGDATA agroalimentario como negocio prioritario.
Un buen ejemplo son algunas cooperativas francesas. La más importante, INVIVO, ha declarado recientemente que quiere ser la “campeona del BigData en Francia”, habiendo invertido ya cantidades millonarias en la adquisición de compañías tecnológicas de referencia. Otra de ellas, Terrena, controla datos de producción en 600.000 Has de sus socios a través del sistema Farmstar. De esta manera asegura el uso de los datos de los socios en un entorno confidencial y ha contribuido a aumentar sus rendimientos cerealistas en alrededor de 0.44 t/ha, así como de sus parámetros de calidad (0.5 pt/t de proteína).
De esta manera las cooperativas se convierten en actores clave en esta revolución. Por un lado son los agentes imprescindibles para realizar la necesaria transferencia tecnológica, salvando barreras como la falta de formación específica de los productores y su excesiva atomización y pequeño tamaño de explotación. Por otro lado son los mejor posicionados para manejar de una forma segura los datos de sus socios, y que sean estos de manera consciente los que decidan en qué forma y para que sean utilizados, siempre con el objetivo de reportar beneficios, económicos o de otro tipo.
Para acabar, nada mejor que transcribir una de las principales conclusiones del informe Rabobank antes mencionado:
Fuente: agrointeligencia.com